La escena artística de Nueva York vivió este martes una jornada de contrastes brutales, donde la euforia por las cifras millonarias en las subastas convivió con la noticia del cierre de una institución histórica. Sotheby’s inauguró su nueva sede en la ciudad con una noche eléctrica y cargada de tensión, en la que el “Retrato de Elisabeth Lederer” de Gustav Klimt se vendió por 236,4 millones de dólares tras una guerra de ofertas que se extendió por veinte minutos. La cifra no solo marca un récord absoluto para una obra de arte moderno en una subasta, sino que también se convierte en la pieza más cara jamás vendida por la casa de remates a nivel mundial. La sala estalló en aplausos cuando cayó el martillo, confirmando el apetito voraz de los coleccionistas por obras con historia: este retrato, pintado en los últimos años de vida de Klimt, es uno de los pocos que sobrevivió intacto a la Segunda Guerra Mundial, habiéndose salvado milagrosamente de un incendio en un castillo austríaco que consumió gran parte de su producción.
El contraste entre la exquisitez y la sátira
Sin embargo, la velada tuvo un contrapunto irónico que no pasó desapercibido. En el mismo evento donde se consagraba la elegancia de la Secesión vienesa, se subastó “America”, la famosa obra del provocador artista italiano Maurizio Cattelan: un inodoro de oro macizo de 18 quilates, completamente funcional. La pieza, concebida como una sátira a la riqueza desmedida, se vendió por 12,1 millones de dólares. Aunque la puja por el inodoro fue mucho más tímida y atrajo una única oferta inicial cercana a los 10 millones, el mensaje de Cattelan resonó con fuerza en un salón lleno de multimillonarios. Como el propio artista declaró alguna vez con su habitual acidez, el resultado en el inodoro es el mismo ya sea que uno almuerce un menú de lujo o un simple pancho de dos dólares. Sotheby’s, por su parte, describió la obra como un comentario incisivo sobre el choque entre la producción artística y el valor de mercado, una ironía que cobró vida propia esa noche.
Un respiro para el mercado tras la incertidumbre
El éxito rotundo de la venta de la colección de Leonard A. Lauder, el heredero del imperio cosmético fallecido a principios de este año, parece haber inyectado una dosis de optimismo en un sector que venía golpeado. La recaudación total de su colección ascendió a 527,5 millones de dólares, superando cómodamente las estimaciones previas de 400 millones y marcando un triunfo para la gama alta del mercado, que llevaba más de dos años experimentando una desaceleración. Además del Klimt, otras obras superaron las expectativas: una escultura de Alexander Calder casi triplicó su valor estimado y un paisaje de Klimt alcanzó los 86 millones. Incluso hubo lugar para el arte contemporáneo, liderado por una obra monumental de Jean-Michel Basquiat que se despachó por 48,3 millones. No obstante, no todo fue celebración, ya que algunas piezas importantes de artistas como Kerry James Marshall no encontraron comprador, una divergencia sorpresiva en medio de la euforia general.
El cierre de un capítulo histórico en el Bowery
Mientras las subastas celebran la reactivación del flujo de dinero, el circuito de galerías tradicionales enfrenta una realidad distinta y más amarga. Sperone Westwater, una galería emblemática fundada en el SoHo en 1975, cerrará sus puertas tras cinco décadas de actividad. La noticia sacudió al ambiente, recordando que la historia y el prestigio no siempre garantizan la supervivencia. Fundada por Gian Enzo Sperone, Angela Westwater y Konrad Fischer, la galería fue pionera en introducir al público estadounidense a artistas europeos de vanguardia y al movimiento del Arte Povera, representando a figuras de la talla de Gerhard Richter y Bruce Nauman.
El destino del impresionante edificio de ocho pisos diseñado por Norman Foster en el 257 de Bowery, al que se mudaron en 2010 con un costo reportado de 20 millones de dólares, es ahora incierto. Informes recientes sugieren que el cierre se da en medio de conflictos internos: Sperone habría presentado una demanda en agosto contra Westwater, alegando un bloqueo parasitario en la gestión de la empresa. Este cierre no es un caso aislado, sino que se suma a una lista reciente de clausuras en Nueva York, como Venus Over Manhattan y Clearing, señalando quizás un cambio de paradigma en cómo se consume y comercializa el arte en la ciudad que nunca duerme.